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Eso es él

No es justo para él que le utilicen de ese modo. Pensé.

A sabiendas de haber sido diseñado para ello, es aún con todo, indigno tratarle de esa forma.

Claro, dignidad. A él no deberían de acompañarle este tipo de calificativos…¿no?

Más adecuado sería hablar de él…no sé, por ejemplo, empezar por no llamarle él, sino “eso”.

Eso es lo que da a entender con su rigidez y silencio. Que pareciera inmutado por cada escena, pero que se sobrecoge con cada partida.

Con su espalda tan erguida y sus piernas tan correctas diera la imagen de un aristócrata de los objetos comunes. Como si sólo sirviera para el cometido que todos dictaron, y no les importara cuánto peso él sólito esté sosteniendo de cada visitante fugaz.

Fugaz, o no tan fugaz.

Algunas historias le dieron, según me contaba en miradas, la esperanza de que fuera más duradera su relación con ellos, de lo que hubiera podido ser con la anterior.

A veces imaginaba que las horas en que les protegió las espaldas y que les meció sin balanceo, pudieran crear un lazo afectivo más fuerte que el material de su organismo. Tanto como para poder salir de esa manada colocada en filas perfectas e inmutables. Que se duermen agotados por esperar algo que muy dentro de ellos, sabían que nunca llegaría.

Fue partícipe de los pensamientos de muchos, de los sueños de otros, de las conversaciones telefónicas del que aprovechaba el trayecto, y creyó tener indecentes affairs con los deseos coquetos de las faldas que gritaban rogándole atención. Las sintió encima en él de infinitas texturas. Vaqueras, de cuero, lana, nylon, plástico y finas sedas.

Pero una vez más, como se sabía de antemano, serían pequeñas estrellas fugaces a las que les pedía deseos que no podían cumplirle. Porque estaban tan lejos de él, que jamás alcanzaron a oír sus inquietudes.

Tras miles de kilómetros recorridos, con sus pueblos, sus ancianos y juventudes llenas de vida, y esas ciudades que te deslumbran de actividad continua… ya no le quedaba nada por ver desde ese lado de la ventana.

Pero había tanto al otro lado que le encendía el brillo de su mirada inexistente, que su impulso por renovarse de sensaciones se aumentaba con condición imparable.

Finalmente se resignó, después de duras decepciones, ante el hecho de no poder salir de esa jaula de cristal .Y su necesidad por un mundo nuevo era tal, que comenzó a enamorarse de cada nueva experiencia.

Jamás pudo conocer el frio, ni la lluvia, ni el calor de los rayos solares en su tensa piel, ni el azotar del viento…pero sí que aprendió a tomar pequeñas dosis de lo que sus visitantes le ofrecían.

_Y¿ qué hiciste entonces?-Preguntaba yo inquieta e interesada.-¿ Cómo lo conseguiste siendo tú…?bueno, ya sabes…no me malinterpretes…No quería ofenderte.

_“Me encargué desde entonces de rescatar un olor o temperatura de cada transeúnte callejero.

Entendí en algún momento que quizás nunca pudiera tener nada más duradero con ellos que nuestros viajes juntos. Pero supuse que eso no me impediría formar un puzzle sensitivo que quedara en mi impregnado eternamente.

Yo les necesitaba a ellos, y ellos en algún momento me necesitarían a mí”.- me dijo.

Y sin darse cuenta, su humanidad invisible a ojos de los que no saben ver, fue transformando sus expectativas y logró poder comunicarse conmigo. Contándome apenado, que le robó sin esa intención, la alegría a las personas asfixiadas de oscuridad. Que aunque parecieran no tenerla, estaba sólo escondida entre tanta penumbra.

Les tomó prestadas también la gratitud por tanta diversidad de colores, sensaciones, sonidos, olores y texturas. Cree que el pueblo se acostumbró a tanta belleza. Que ya se empachó de ella y no la soporta.

Por eso él ahora guarda esa humanidad, gratitud y amor de todos los que un día se sentaron en él.

Para que si algún día se reencuentran, sientan que se acomodan en un ser más animado que ellos mismos. Y entonces, quizás, pueda devolverles una de las piezas del puzzle de los sentidos que ellos sin saberlo, le ayudaron a crear.

Y ahora más vivo que nunca, está esperando que llegues tú.

Marisa Blanco.


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