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La señora Ángela

Hoy ha sido una mañana de lo más corriente en mi calendario. Nada en absoluto que pudiera destacarse. Bueno, quizás el haber estornudado cuatro veces seguidas al encontrarme frente a mí un carrito de bebé. Sin bebé. Pero con sus infinitos gérmenes y bacterias microscópicas que probablemente hayan navegado por mis fosas nasales para infectarme de qué se yo qué...una tos ferina, un neumococo o vete tú a saber…hasta una tuberculosis. Porque cuatro seguidos no es normal. Que los niños son bombas de relojería. Y los perros. Y los perros pequeños más aún si cabe.

Once timbrazos de despertador, diecisiete minutos de ducha exactos, dos lavados de cabeza, siete de manos con sus respectivas secadas con la toalla de terciopelo beis que tanto me gusta utilizar los vigesimoterceros de mes (ese fue el día en que mi vecina Laura tuvo el detalle de regalármela por mi santo), dos cafelitos con leche con dos terroncitos de azúcar cada uno, veintinueve saltitos desde la cocina hasta el armario, dos vueltas sobre mí mismo con los ojos cerrados y una vez frente a mis trajes elegí a tientas el primero que mi mano tocó. Pero lo regresé a su percha después de haber contado el número de su posición y darme cuenta de que no era primo. Una vez vestido, como cada martes, bajé las escaleras cinco veces y me peiné el flequillo dos hacia atrás para estar presentable para Laura. Le ofrecí mi café de cada mañana con sus dos terroncitos, y me marché esperando que algún día pueda acordarse de mi nombre. O de que su perro se atragante en un terrible accidente y muera por asfixia. Y así yo tener vía libre para acercarme a Laura un poco más de los trece metros de distancia que estipulo como precaución ante esos bichos sin piedad venidos del mismísimo infierno. Salí del portal y en la librería de los martes de la segunda semana ,se me postró el carrito de bebé sin bebé.Y mis cuatro estornudos.

Pero por lo demás, diría que todo siguió su curso natural como el decreto real de mi extraordinaria y fantástica rutina determina cada martes.

Los martes son el apogeo máximo de las semanas. A muchos les parece un día muy feo por eso de las supersticiones y mil cuentos chinos que la gente inventa, pero a mí eso no me afecta en absoluto. Yo siempre he pensado que si la mala suerte se quisiera cebar contigo regalándote una mano negra sobre tu sombra, lo haría hasta en domingo por la mañana comiéndote un helado de vainilla con virutillas de chocolate blanco por encima y fondo de caramelo liquido en tarrina de galleta italiana. Uy! pero que muerte más dulzona sería. Así que me maten ya mismo.

No, no, que no me maten. Pero vamos, que a mí los martes no me disgustan. Me alegran por el contrario.

Por las mañanas me dedico a alquilar libros para hacer arcoíris de colores en mis estanterías y ordenarlos también según su grosor, peso y por su puesto lugar alfabético. Y hacer un arcoíris con eso es un rompecabezas de los más delicado , os lo puedo asegurar. Pero a mí me fascina pasar mis horas de martes mañaneros ordenando unos libros que devolveré el miércoles por la tarde. Ni siquiera me preocupo por las miles de historias que adopto entre mis brazos y esperan ansiosas que al acariciar sus portadas , mi instinto me impulse a conocerlas. Pero no saben que van contra mi rutina de martes. No puedo hacer locuras e investigar por mi cuenta. Eso sólo pasa los sábados por la tarde. Y con precaución. No quisiera demorarme mucho en un pensamiento porque me impediría completar el resto de tareas de absoluta importancia que están ya marcadas.

Hoy concluí todo con éxito como por adelantado ya preveía que fuera a ser, pero algo pasó que torció mis siguientes pasos.

Caminé siete calles desde el quiosco de Ramón hasta la cafetería de conchita para leer los sucesos más destacados del día, pero para mi disgusto, habían cerrado por vacaciones. Sin avisar, claro.

No hay derecho. A quién se le ocurre en mitad de mayo irse de rositas dejando colgada a su clientela más fiel. Eso pasa por tener familia. Mira que yo siempre lo he dicho, que la familia es un estorbo. Son una plaga que se mete en tu casa cuando les viene en gana para ensuciar, desordenar, alterar y sobretodo, infectarte. No es precavido tener familia. Y luego te obligan a tener que pasar tiempo con ellos. Y para más inri, que gastes tu dinero en cosas que les guste(lo cual significa tener que conocerles), o viajes. Viajes en familia…no se me ocurre nada más repugnante. Es el coctel perfecto para la desorientación y el caos. No es conveniente y mucho menos precavido.

Conchita , mi té de menta y mis sucesos diarios, me dejaron en la estacada por la tarde.

Me comenzó a sangrar la nariz como acostumbra a sucederme cuando me pongo nervioso. Así que más angustiado todavía, traté de buscar un pañuelo por mis bolsillos con éxito nulo. Me di cuenta acto seguido del escándalo sangriento que mi hemorragia había provocado en mi corbata y camisa blanca, que ya era un perfecto espectáculo para cualquiera que osara mirarme en ese avergonzante episodio. Para evitar que eso se alargara más de la cuenta, alcé mi barbilla hacia arriba dando un fuerte cabezazo hacia atrás con la mala suerte de atizarle un buen golpe en la frente a una ancianita que se disponía a cruzar el paso de peatones en el que yo me había detenido.

La mujer rondaba unos setentaimuchos , y calló desplomada al suelo desmayada por el golpe.

Mi corazón latía a ritmo sobrehumano y temía caer en paro cardiaco por la emoción .Emoción de ira, emoción de susto, y emoción frente a mi ya sabida ineptitud para la improvisación.

Por un momento se me pasó por la cabeza huir del lugar del crimen, pero al haberme dado la vuelta hacia ella agachándome sin tocarla para ver su estado de subconsciencia, había dejado evidentes pruebas de mi paso por la zona cero dejándose ver en su blusa un sinfín de goterones rojos.

Ya no había vuelta a atrás, así que me acerqué a la señora y me esforcé internamente por evitar pensar en lo que pudiera ella haber tocado antes, y qué precauciones hubiera tomado para ello. La imagen de trillones de bacterias correteando por mi PH incitaba mis arcadas, pero quise llevarla al hospital más cercano para eludir más roce con ella.

Llevaba años sin pasar a kilómetros por ningúno. Y no sabía cómo dar con uno de ellos, así que el mejor modo fue llamar a una ambulancia para que se hicieran cargo de ella y me dejaran seguir con mi rutina de martes.

Llegaron en cuestión de minutos y me preguntaron:

_ ¿Es usted acompañante de la señora?¿familiar?

_No señor, no la acompaño. Ni somos familia. Sólo hubo un accidente y la conocí en malas condiciones. Pero no es cercana mía ._Contesté mientras examinaban la contusión craneal que acababa de experimentar la mujer debido a mi descuido.

_Me temo que vamos a tener que llevárnosla al centro para una total revisión. Y ha de acompañarnos caballero.

_Lo siento pero no puedo. Tengo cosas importantes que hacer, se lo aseguro. Ya voy con retraso y es inconveniente y poco apropiado acercarme a un hospital. Le ruego que me entienda.

Y acto seguido nos encontrábamos en las urgencias del “Hospital nuestra señora del Carmen”, donde casualmente nací hace cuarentaisiete años.

Después de tres horas de espera, de haber informado de todo el accidente con el papepeo y burocracia correspondiente, y de haber sufrido 16 ataques de ansiedad por pánico a que algún enfermo se atreviera a tocarme al entrar al baño( donde me mantuve resguardado para prevenir una avalancha de virus que pudieran contaminarme) el Dr. Noriega vino a aporrear la puerta para que saliera a explicarme el estado de la señora.

Con ello me enteré de que se llamaba Ángela del Pardo, que tenía setentaiocho años, sufría del corazón, de reúma, llevaba cuatro años con cáncer de ovarios, y que tenía una cadera de metal. Pero me alivió el hecho de que el golpe que se dio al caer desmayada no fuera más que una leve anécdota que contar, porque estaba fuera de peligro.

Me dijo que podía pasar a verla, y yo sin gana alguna pero por el puro compromiso en que me metió el Dr. Noriega de golpe, pasé unos minutos a sentarme a su lado.

Al principio no supe de qué hablar con ella ni como disculparme, pero a medida que el sol se escondía, ella quiso contarme su historia. Y con ella, su niñez, sus años en el pueblo, su paso por la universidad, sus estudios de arqueología, sus descubrimientos y tesis doctorales, el sabor de su primer beso con el amor de su vida, el orgullo por ver crecer a una familia unida y estructurada, todos los deseos inocentes de sus nietos de cuatro y trece años, y hasta el recuerdo del incienso eclesiástico en el funeral de su marido después de la guerra .

Me contó también cómo hizo de su hija Natalia, una estrella culinaria. Y de ti, Alfonso, un escritor de renombre y un ser humano envidiable.

Pasamos toda la noche hablando mientras me mostraba todas las fotos que traía en su cartera de mano.

Se leía en su rostro la satisfacción de contar con un bloque familiar tan compacto en quien se pudo apoyar durante sus años de enfermedad. Y me agarró la mano para darme las gracias por estar a su lado.

Pero a las 6am comenzaron a temblarle las pupilas y se le nubló la vista. Eché un vistazo rápido a su electrocardiograma y bajó su frecuencia cardiaca. Llamé con urgencia al Dr. Noriega y me pidieron colaboración para salir de la habitación. Yo de veras que no pude hacer nada, os lo juro.

Momentos más tarde me daban la terrible noticia de su recién fallecimiento por embolia y contusión cerebral.

Los empleados de recepción de planta trataron de dar con vosotros en el momento del accidente, pero no cogieron el teléfono. Según me contó su madre Ángela, estaban de vacaciones en el Nepal todos juntos. No insistieron por su errónea pronta recuperación.

Os mando esta carta para informaros de la trágica noticia.

Siento mucho haber tenido que ser yo la última persona que sostuvo su delicada mano.

Mi día comenzó muy bien pero se me torció de manera inesperada.

Esto es todo culpa de Conchita. Y de su familia. Que ahora entiendo un poco mejor lo que esa palabra significa. Parece que hasta os conozca yo mismo.

Culpa de conchita y de las seis de la mañana. y de los cuatro estornudos.

Culpa de los números naturales, que se unieron en complot para destrozar mi día. Y supongo que también el suyo. Aunque creo que era evidente que esto pasara. La mayoría de los números se comportan de manera sencilla y acorde siempre a unas reglas claras.

Por eso yo elijo los primos , porque aparecen donde quieren y de forma totalmente caótica y sin seguir ningún tipo de pauta. Es mi forma de rebeldía contra la rutina, pero siempre caigo en ella para hacer que todos mis pasos sean primos. No son desordenados.

Creo que he de hacerle menos caso a las señales numéricas y romper reglas. Y no cabezas. Siento mucho el incidente, siento mucho su pérdida, siento mucho no haber estado esta tarde a las 13’31 en la cafetería de Conchita con mi té de menta. De haber sido así, nada de esto habría ocurrido.

Pero no siento haber conocido a Ángela del Pardo, su historia y su familia.

No lo siento en absoluto.

Les dejo adjunto mi número de teléfono para indemnizarles por ello y conocer en persona el ambiente que mantuvo tan feliz a la mujer que murió con una sonrisa que tejía la felicidad de una vida plena y bella.

Fdo: Un mal día.

Marisa Blanco


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